lunes, septiembre 17, 2007

"Good bye, Rufus", por Mr. Edward Hyde


Conocí a Rufus T. Firefly en un piso cerca de Ronda Norte, concretamente en el estudio desordenado de un amigo común, cuyas paredes forradas de libros daban cobijo y refugio a nuestras tertulias intempestivas. Me llamó la atención que el buen Rufus siempre miraba a los ojos, y daba igual lo que dijera, siempre reías aunque hablara del tema más serio. Presidente por excelencia, de los que ya no quedan, de un pequeño reducto de libertad intelectual bien aprovechada. Porque si bien la libertad está para tratar de lo trascendente, no hay nada mas trascendente, por sano, que la capacidad de reír.

En diversas ocasiones he dado cabida en mi blog, algo abandonado también (en mi caso por pura pereza), a diatribas, contestaciones o comentarios de mi buen amigo Rufus. Sus respuestas a las preguntas más sencillas, son el mas complejo de los laberintos. Y en cada recodo no un espejo, al estilo de Borges, sino más bien una carcajada o una idea que, tras la sonrisa, deja un poso de meditación acerca del sentido más terapéutico: el sentido del humor.

Hace unos días Rufus desaparición, todos nos sorprendimos. Abandonado, su blog no ofrecía más explicación que la peor de las explicaciones: “Cerramos nuestras puertas, no queda sentido del humor”. El frasco vacío, el vate de la sonrisa, el genio de la ironía vencido, quien sabe por que extraña melancolía. Siempre la risa a flor de piel, quién sabe que habría debajo. Y poco a poco la bolsa de la risa de Rufus se vacía, y ya no queda sino el saco roto de sus sarcásticos monólogos.

Puede que ahora, justo ahora, se encuentre viajando por parajes desconocidos. Me lo imagino con su salacot, traje de explorador al estilo “El Dr. Livingstone, supongo” y en pleno safari. Pero nunca para cazar animales, nada de hacer sufrir a inocentes para entretenimiento de sus horas. Recordemos las palabras divinas de su hermano gemelo, el capitán Spaulding: “Una mañana me desperté y maté un elefante en pijama. Me pregunto cómo pudo ponerse el pijama”. No, yo más bien creo que anda a la caza de nuevas ideas, llenando de nuevo su depósito y que el día menos pensado aparecerá de nuevo. Como si nada, ocupara su sitio, pedirá orden y sonriendo sus ojos pícaros por encima de la montura de sus gafas dirá: “Sí, tendremos que levantar los impuestos porque la alfombra pesa demasiado”.