“Gente de Murcia… Porque esto que nos ha pasao es una injusticia, que nos han engañao como chinos ahí malamente, que nos dijeron que de comprar esos pisos, que de lo buenos que eran. Y claro, nosotros que de pedimos un préstamo ahí… ahí… al banco… y na, que nos lo dan y claro nosotros después de pagar pos nos han hecho esta… guarrada. Y nosotros pos mírennos, estamos anímicos”.
Claro, todo lo demás lo veía razonable: ciudadanos de a pie, no eran políticos, así que lo de leer manifiestos pues no lo llevan muy bien. Pero hasta ahí yo lo he oído todo, conmiserándome de ellos en la medida de lo posible (ya sabéis, esa solidaridad de: “Uf, en serio, siento lo que te ha pasado, tío. Pídeme lo que quieras menos casa, trabajo, comida o dinero”). Y en esto que escucho eso de anímico y yo que me pongo a pensar: “Vaya, debe referirse a que se sienten animados a seguir su lucha, y tal Pascual me es igual”. Pero de repente continúa la proclama: “Estamos anímicos perdíos, con un hambre ya, que no tenemos ni un euro para llevarnos a la boca”. Dos apuntes:
Primero: no, no, no. Eso de andar masticando euros, además de malísimo para el esmalte dental debe ser hasta tóxico. Donde este un billete de quinientos, que se quiten los sucedáneos.
Segundo: esto del hambre, de repente, el caballero lo ha soltado con una especie de risita. No, no es esa risita irónica, atacando donde duele a las altas esferas (tratándose de esos juzgados, cinco pisos y un ascensor de mierda). Es que era como burlona, como sabiendo que, después de quejarse, volverá a casa del hijo, devorando con avidez las lentejas que ha cocinado su nuera. Y de repente el dejá vu, la regresión… Mi infancia, aquellos años felices, en que las inyecciones me las ponía una señora mayor (por todos los dioses, mamá, soy joven: ¡¡en aquella época ya había ATS’s!!). Justo antes de arponear mi tierno pandero, con esa misma risilla sardónica, me decía: “Tranquiiiiilo, si no te va a doler nada”.