viernes, junio 23, 2006

Breves (I)

Si la capacidad de ser feliz supone olvidar los malos momentos, dejar atrás el pasado doloroso y no pensar en ello… Mal futuro nos espera, es imposible esforzarse en olvidar. Existía en la antigüedad una especie de club de sabios cuya prueba de aptitud era bien sencilla en apariencia: sentarse durante 5 minutos, y no pensar en un caballo blanco. Si creíais que preguntar por el color de un oso, visto a través de la ventana de una casa orientada al sur era complicado imaginad esto. No somos más que árboles, como sauces que crecen hacia lo alto sin dejar por ello de tender sus ramas hacia el suelo. Olvidar el dolor no es más que otra manera de olvidarnos de nosotros mismos.

miércoles, junio 21, 2006

Menos de diez, más de ocho


Pongámonos en situación: nos encontramos en plena vorágine arqueológica, siglo XIX, esa época en la que cualquier hijo de vecino con titulo de lord hacía su hatillo, unas cuantas libras en el bolsillo, y salía por ahí a buscar zigurats, “tutankamones” y lo que hiciera falta. A mi siempre me hubiera gustado seguir sus pasos, en pos de la Antigüedad, que fuera mi mano quien descubriera al mundo los asombrosos restos de civilizaciones perdidas. Pero al final comprendí que las más interesantes son incomodísimas de la muerte de encontrar. Vilcabamba y el Machu – Pichu, están a una altura que vale, no cogerán tanto polvo como en el valle, pero por todos los dioses latinoamericanos no futbolistas, tampoco era para mandarlo donde Judas perdió el mechero. Y si nos vamos a oriente, pues muérete de calor y dedícate todas las noches a sacarte la arena hasta de debajo de los párpados: en definitiva, un incordio, con lo sencillo a la par que ilustrativo que es ojear cualquier libro, ¿no?

Hablábamos en capítulos anteriores de Troya, Ilión, esa ciudad tan mágica y legendaria. Y tanto era así que hasta bien avanzado el siglo XIX la mayoría de historiadores no creían que la tal ciudad existiera, permitiéndole vivir solo a la pobrecilla en el terreno de las leyendas y atribuyendo si invención a la imaginación siempre fecunda del inmortal Homero. Técnicamente de los “homeros”, ya que posiblemente no existió ningún Homero real, personaje singular y único, sino un conjunto de poetas que pondrían por escrito una tradición oral bastante extendida en una época que podríamos calificar de oscura y anodina en la historia de Grecia. Pero la guerra contra Troya era un factor que aglutinaba y daba unión a los pueblos dispersos que entonces componían la Hélade (por lo visto hacía bastante frío, ji ji, ja ja).

Así que Troya, tan modosita ella, estaba por descubrir. Y un buen aficionado a Homero, alemán de nacionalidad, y Schilemann de nombre, decidió irse a buscarla a la mismísima Turquía. Imagina las risas en las academias de historia: anda que Schliemann, vamos que me han contado que coge y se va con su mochila a Turquía, allí a buscar Troya. Sí, Troya, a partir de ahora ya no le ajuntamos. En fin, esos pensamientos elevados y académicos que cualquiera podría esperar de un sabio de los de toda la vida. Así que nuestro héroe se va allí, y excava que te excava (lo que venía a ser una excavación de la época, el arqueólogo mira y los demás pringan que es un primor, arrancando terrones aunque sea con las uñas). Y un buen día, como en cualquier película sobre momias, alguien da un grito, comienzan los ohs y ahs. No puede faltar quien grite: Maldición, maldición. En fin, encuentran una ciudad, poca cosa, pero ciudad. Y Schilemann, que era un experto faltaría mas, y no necesitaba carbono-14 ni contrastar nada, la bautiza como Troya. Hasta ahí bien, el problema vino algo después cuando encontraron… 9 ciudades debajo de la susodicha.

Al final, nada en claro, todo confusión. Aun nadie sabe cual de aquellas Troyas es la Troya de Brad Pitt pero lo que está claro es que su leyenda revivida dio alas nuevamente a la búsqueda de ciudades que siempre se consideraron legendarias. Y poco importa en ocasiones que la vida depare derrotas, que después de levantar una piedra no haya mas que otra piedra mas debajo. Puede que algún día una de esas piedras lleve un minúsculo rasguño, algo que demuestre que la mano de un hombre, hace miles de años, arañó un elemento de su medio para decir que aquí estamos, que nuestra voz no se apaga ni tampoco nuestro espíritu de lucha. Y sobre todo tener en cuenta que a veces la victoria no esta en encontrar, sino en saber emprender la búsqueda.

martes, junio 20, 2006

Por el amor de una mujer...


El otro día estaba haciendo zapping, así distraídamente, porque no había nada bueno en la televisión (al menos en analógica, ya que soy de esos pobres mortales que carecen de conexiones tipo cable o satélite) y al final recalé en Antena3, donde se encontraban poniendo uno de esos telefilmes tan socorridos. Bueno, quizá era película, pero aquí nunca se ha visto en la gran pantalla, ni falta que le hace. No es que fuera de esas películas malas malísimas, protagonizadas por Laura Ingels, ni nada de eso. Se trataba de “Elena de Troya”, una de esas producciones con ínfulas de socorrido remedo de la inmortal Cleopatra que inmortalizara Liz Taylor (aunque prefiero recordar a Rex Harrison, porque eso sí que era un actor y lo demás son tonterías). “Elena de Troya” es de esas películas que no se molestan en separar el grano de la paja, que cogen un buen día a Homero y esas novelas tan divertidas que nos dejó a la posteridad (que aburrido ser siempre la posteridad de esas épocas tan interesantes) y las exfolian sin mas. En resumidas cuentas, que no solo da la impresión de que lo han ojeado simplemente, sino que además es cierto que debe haber sido así. Sin embargo, para ocultar tanto desmán pues han intentado centrarlo todo en la figura de Elena. ¡Ah, pobre Elena, ojo de un huracán de hombres poseídos por la pasión! La chiquilla, para ponernos en claro, estaba casada con un tipo más o menos bueno, un tal Menelao que la trataba no del todo mal en su fastuoso palacete. Al parecer la muchacha ya había sido pretendida por muchos soberanos, que una vez perdida la oportunidad, prometieron defender al que se hubiera hecho con el trofeo (siento decirlo así, pero es que más o menos es el carácter que todo el mundo le ha venido dando a la pobre). Finalmente un tal Paris, que mira por donde traía unas credenciales divinas de la muerte (lo digo porque eran de Afrodita) y con su apostura y buen talante (venia a ser un Zapatero de la época) ni corto ni perezoso se vino a llevar a Elena a Troya. Menelao, imagínate chica, un ataque de cuernos que era gloria verlo, y allá que llama a su hermano a Esparta. Agamenón llegó allí con sus ejércitos, hasta con su porquero famoso, y formaron una liga juntos. Ya se sabe, los hombres, los dejas solos dos segundos y ya están con la liga. Como no había Champions ni puñetas, pues de gente que se va a la guerra. Lo demás ya lo sabemos: que si tírate diez años destruyendo campos, mientras haces tiempo para acabar con Troya. Que si Aquiles mata a Héctor, porque ya estaban todos aburridos. Que si luego va Paris y a traición y por la espalda mata a Aquiles (lo que yo te diga, Zapatero homérico)… Y al final del todo, momento estelar, va Ulises (que cuando los griegos se llamaba Odiseo, pero ya sabemos que los romanos le iban cambiando el nombre a todo, como cualquier dictadura que se precie) y se inventa lo del caballo. Que tuvo que ser un problema, porque a esas alturas bosque que habían encontrado bosque que habían quemado, y por muy abundante que fuera la espesura del Asia Menor no veo yo a la malvada Ilión rodeada de selvas. Pero mira, al final con maña, y llevando cuidado de no clavarse astillas van, construyen el caballo… Y eso lo saben hasta los niños de pecho: ahí, ese Príamo, pringadote, que abre las puertas y hace entrar el caballo. En fin, que todo por el amor de una mujer… que por lo visto, y como siempre, las mujeres tenían que amar por fuerza al que la ganará en sano y honesto combate.

Próximamente: la segunda parte, no voy a ser como esos “traileres” de cine que una vez los ves para qué te vas a gastar el dinero en la película.

viernes, junio 16, 2006

Los Drácula de Rufus


No se si entre los presentes habrá algún aficionado al cine de terror. De hecho ni siquiera sé si hay presentes ahora mismo, aficionados o no, pero como me gusta oírme (leo en voz alta mientras escribo, llamadme raro o… no, raro es suficiente) pues diré lo que iba a decir y punto. Me encanta el cine de terror, aunque no me produzca miedo sino cosquilleo. Y como todo hijo de vecino con blog, que ahora los hijos de vecino están muy puestos, hablan y hablan sobre gustos personales y tales cosas pues ahí mismo que me lanzo yo. Es una delicia tener en tus manos un DVD de ese cine maravilloso que nos hace caminar por el mundo de las fantasías increíbles y los locos más entrañables. Todo este entusiasmo viene al caso de que servidor de ustedes se está haciendo con una coleccioncilla de cierto personaje chupasangres al que siempre evoco con el más sincero cariño. Drácula, el más maltratado de los monstruos cinematográficos se esta haciendo un hueco en mi videoteca tan fácilmente como corrompe doncellas o estrangula ingenuos prometidos de las mismas. Sí, me estoy preparando a conciencia un súper maratón de cine con Drácula por protagonista. Desde “Nosferatu”, de Mourneau, esa obra maestra (aunque el conde se llame Orlok, por cuestiones de los derechos de autor y todo eso, que la viuda de Bram Stocker era una tiquismiquis) y pasando por todas las visiones y revisiones que he podido acumular en mis haberes. Esto es: “Drácula” de Tod Browning, con el chutadísimo de todo Bela Lugosi; “Drácula” de Terence Fisher (obra maestra, el primero en escoger a Christopher Lee para interpretar al conde); “Drácula, de Bram Stocker”, de Coppola, aunque sea un pelín… “blanda” para mi gusto y le hace perder puntos un conde tan ñoño; y por ultimo (están en proceso de adquisición, ejem, ajam) algunas de las secuelas que provocan el llanto y la risa a partes iguales, tipo “El regreso de Drácula” o bien “El poder de la Sangre de Drácula”. Muahahahaha… que bien me lo voy a pasar. Entre la sesión vespertina de los amigos Wes Craven y John Carpenter que me di el otro día (dos joyas, apuntad: “Las colinas tienen ojos” y “La Niebla”, ambas en su versión antigua, que me detengan que me las como sin salsa ni nada) y la que me espera con el amigo Vlad el Empalador… ¡¡Sangre, traedme sangre!! Em… y a ser posible unos panchitos, por acompañar con algo.

PD: Que alguien cuente las veces que digo Drácula en este post, por favor…

lunes, junio 12, 2006

Encuentros y desencuentros

Entre mis muchos defectos se cuenta el de la torpeza verbal. No me refiero tanto a defectos en mi manera de expresarme (utiliso perfetamente el riko bokavulario de nuestro hidioma patrio, jeje) sino más bien a que de vez en cuando suelto por mi boquita autenticas bombas atómicas que causan devastación allá donde tengan a bien caer. Sin ir más lejos quisiera traer a colación aquella vez en la que comenté lo que ocurría con Gandalf en la segunda parte de la trilogía que todos conocemos… justo delante de una amiga que no sabía nada y a la que deje boquiabierta ante la noticia. Sin embargo quisiera referirme más extendidamente al caso en que de forma recurrente y continua fui fastidiando a un amigo mío en sus intentos de entablar relaciones erótico festivas con una chica. Puedo prometer y prometo que no fue mi intención fastidiarle… o al menos no recuerdo que lo fuera, aunque por suerte puedo estar seguro porque no se lo que es la mala intención (fuera de un partido de baloncesto).

El caso es que mi… amigo, eso, estaba interesado en aquella beldad de ojos azules que respondía al nombre de… bueno, a un nombre, que para eso nos lo ponen nuestros interesados progenitores (A o B), ya que a los hijos aun no se nos permite auto-nomenclaturarnos mediante el uso y abuso del alfabeto latino. En fin, decía, mi amigo realizaba los acercamientos típicos del “machus pateticus” a la muchachuela en cuestión que, como viene siendo normal en estos casos, hacia oídos sordos a las dicharacheras muestras de afecto del sujeto. Llegada una ocasión de oro, mi intervención fue fundamental. La chica había comprado unos cuantos libros, editorial Cátedra (que todos conocemos del instituto, esos libros en los que tenias que buscar el texto entre las parrafadas de notas al pie). Mi amigo, al que a partir de ahora podríamos llamar “Amigo” (eh, que la mayúscula da mucha dignidad, que conste), quiso aprovechar el momento haciéndose pasar por un as de la literatura. Algo que no critico, para nada, pero que considero peligroso cuando tu único bagaje es haber leído todas las Crónicas Vampíricas de Anne Rice. Retomando la situación, mi amigo comenzó a leer los títulos y alabar la calidad de los autores… Hasta que llegó a uno titulado “Pedro Páramo” y al oír el nombre del autor, con la naturalidad que me caracteriza para meter la pata, dije: “Ese no es el autor, el autor es Juan Rulfo”. Y tras una mirada a lo que se traía entre manos espete solemnemente: “No estas leyendo los autores… estas leyendo al editor de cada libro”. Momento tenso, podía palparse en la mirada de mi amigo sus instintos homicidas, no atenuados en modo alguno por la risa nerviosa de la interfecta. Hasta aquí el primer acto de este drama absurdo, que cuento porque ya iba siendo hora de dar la cara: ¡yujuuu, sigo aquí, que alguien me subvencione!

En fin, la segunda parte del drama no tiene sentido contarla, porque no consigo encontrarle tensión argumental, solo diré que termine de estropearle a mi amigo el invento cuando entablé conversación con la chica y el se quedó algo aparte. No hay mal que por bien no venga, la relación con Amigo se fue enfriando a partir de entonces viéndome liberado de verdad. A continuación, para cerrar este recital tan aburrido un breve apunte biográfico del autor de “Tira, tira que ya hablaremos en casa”:

Nació en un pueblo, aunque el nunca lo supo, creyendo hasta los quince años que no había mas mundo que el de su villa ni mas leche que la de sus vacas. Fue a los 30 cuando escribió su archiconocida y única obra, de la que no se conservan copias, muriendo tristemente de un susto cuando salio a pasear y se dio cuenta de que había otro pueblo al lado. Se encuentra enterrado en sus vaquerizas, en lapida que reza: “Miaaaa queeeee…”