Pongámonos en situación: nos encontramos en plena vorágine arqueológica, siglo XIX, esa época en la que cualquier hijo de vecino con titulo de lord hacía su hatillo, unas cuantas libras en el bolsillo, y salía por ahí a buscar zigurats, “tutankamones” y lo que hiciera falta. A mi siempre me hubiera gustado seguir sus pasos, en pos de
Hablábamos en capítulos anteriores de Troya, Ilión, esa ciudad tan mágica y legendaria. Y tanto era así que hasta bien avanzado el siglo XIX la mayoría de historiadores no creían que la tal ciudad existiera, permitiéndole vivir solo a la pobrecilla en el terreno de las leyendas y atribuyendo si invención a la imaginación siempre fecunda del inmortal Homero. Técnicamente de los “homeros”, ya que posiblemente no existió ningún Homero real, personaje singular y único, sino un conjunto de poetas que pondrían por escrito una tradición oral bastante extendida en una época que podríamos calificar de oscura y anodina en la historia de Grecia. Pero la guerra contra Troya era un factor que aglutinaba y daba unión a los pueblos dispersos que entonces componían
Así que Troya, tan modosita ella, estaba por descubrir. Y un buen aficionado a Homero, alemán de nacionalidad, y Schilemann de nombre, decidió irse a buscarla a la mismísima Turquía. Imagina las risas en las academias de historia: anda que Schliemann, vamos que me han contado que coge y se va con su mochila a Turquía, allí a buscar Troya. Sí, Troya, a partir de ahora ya no le ajuntamos. En fin, esos pensamientos elevados y académicos que cualquiera podría esperar de un sabio de los de toda la vida. Así que nuestro héroe se va allí, y excava que te excava (lo que venía a ser una excavación de la época, el arqueólogo mira y los demás pringan que es un primor, arrancando terrones aunque sea con las uñas). Y un buen día, como en cualquier película sobre momias, alguien da un grito, comienzan los ohs y ahs. No puede faltar quien grite: Maldición, maldición. En fin, encuentran una ciudad, poca cosa, pero ciudad. Y Schilemann, que era un experto faltaría mas, y no necesitaba carbono-14 ni contrastar nada, la bautiza como Troya. Hasta ahí bien, el problema vino algo después cuando encontraron… 9 ciudades debajo de la susodicha.
Al final, nada en claro, todo confusión. Aun nadie sabe cual de aquellas Troyas es
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