martes, junio 20, 2006

Por el amor de una mujer...


El otro día estaba haciendo zapping, así distraídamente, porque no había nada bueno en la televisión (al menos en analógica, ya que soy de esos pobres mortales que carecen de conexiones tipo cable o satélite) y al final recalé en Antena3, donde se encontraban poniendo uno de esos telefilmes tan socorridos. Bueno, quizá era película, pero aquí nunca se ha visto en la gran pantalla, ni falta que le hace. No es que fuera de esas películas malas malísimas, protagonizadas por Laura Ingels, ni nada de eso. Se trataba de “Elena de Troya”, una de esas producciones con ínfulas de socorrido remedo de la inmortal Cleopatra que inmortalizara Liz Taylor (aunque prefiero recordar a Rex Harrison, porque eso sí que era un actor y lo demás son tonterías). “Elena de Troya” es de esas películas que no se molestan en separar el grano de la paja, que cogen un buen día a Homero y esas novelas tan divertidas que nos dejó a la posteridad (que aburrido ser siempre la posteridad de esas épocas tan interesantes) y las exfolian sin mas. En resumidas cuentas, que no solo da la impresión de que lo han ojeado simplemente, sino que además es cierto que debe haber sido así. Sin embargo, para ocultar tanto desmán pues han intentado centrarlo todo en la figura de Elena. ¡Ah, pobre Elena, ojo de un huracán de hombres poseídos por la pasión! La chiquilla, para ponernos en claro, estaba casada con un tipo más o menos bueno, un tal Menelao que la trataba no del todo mal en su fastuoso palacete. Al parecer la muchacha ya había sido pretendida por muchos soberanos, que una vez perdida la oportunidad, prometieron defender al que se hubiera hecho con el trofeo (siento decirlo así, pero es que más o menos es el carácter que todo el mundo le ha venido dando a la pobre). Finalmente un tal Paris, que mira por donde traía unas credenciales divinas de la muerte (lo digo porque eran de Afrodita) y con su apostura y buen talante (venia a ser un Zapatero de la época) ni corto ni perezoso se vino a llevar a Elena a Troya. Menelao, imagínate chica, un ataque de cuernos que era gloria verlo, y allá que llama a su hermano a Esparta. Agamenón llegó allí con sus ejércitos, hasta con su porquero famoso, y formaron una liga juntos. Ya se sabe, los hombres, los dejas solos dos segundos y ya están con la liga. Como no había Champions ni puñetas, pues de gente que se va a la guerra. Lo demás ya lo sabemos: que si tírate diez años destruyendo campos, mientras haces tiempo para acabar con Troya. Que si Aquiles mata a Héctor, porque ya estaban todos aburridos. Que si luego va Paris y a traición y por la espalda mata a Aquiles (lo que yo te diga, Zapatero homérico)… Y al final del todo, momento estelar, va Ulises (que cuando los griegos se llamaba Odiseo, pero ya sabemos que los romanos le iban cambiando el nombre a todo, como cualquier dictadura que se precie) y se inventa lo del caballo. Que tuvo que ser un problema, porque a esas alturas bosque que habían encontrado bosque que habían quemado, y por muy abundante que fuera la espesura del Asia Menor no veo yo a la malvada Ilión rodeada de selvas. Pero mira, al final con maña, y llevando cuidado de no clavarse astillas van, construyen el caballo… Y eso lo saben hasta los niños de pecho: ahí, ese Príamo, pringadote, que abre las puertas y hace entrar el caballo. En fin, que todo por el amor de una mujer… que por lo visto, y como siempre, las mujeres tenían que amar por fuerza al que la ganará en sano y honesto combate.

Próximamente: la segunda parte, no voy a ser como esos “traileres” de cine que una vez los ves para qué te vas a gastar el dinero en la película.

1 comentario:

YO dijo...

aaaaaH troya!!!
cuántos recuerdos!!!