viernes, mayo 18, 2007

Viajes de Rufus: Sierra Espuña (I)

Contando doce años hice un viaje a Sierra Espuña, a un albergue, en unas jornadas organizadas por la “Escuela Deportiva” de mi tierra. Supuestamente unos días en plena naturaleza, respirando aire puro y disfrutando de actividades con otros chiquillos, vamos, siendo social y haciendo amiguitos por la vida. Porque todo el que haya visto un par de capítulos de “CSI”, “Mentes criminales” o serie similar, sabe que nada hay como la soledad para volverte un asesino en serie aficionado a conservar orejas perforadas en botes de mermelada de la abuela.

Recuerdo aquel viaje con cariño, con especial afecto, pude dar rienda suelta a mis más desatadas pasiones. ¡No, a esas no, panda de enfermos! A mis pasiones destructivas, azote de cuantos me sacaran de quicio… y de alguno más que de rebote hubo de sufrirme en carnes propias. El mismo día de la llegada debíamos formar, por así decirlo, en una explanada frente al albergue. Yo, con mis tres secuaces del momento, me marché en pos de la aventura. Se dio el caso, porque a veces a una mala intención se unen peores casualidades, de encontrarnos una rueda de camión abandonada. Y allá que nos dedicamos a subirla pendiente arriba y soltarla, subirla y soltarla… Puede sonar monótono, pero era mejor que empujar a otros niños pendiente abajo. Pero, nada dura eternamente (como bien sabe toda esposa en el día que toca “lolailo”) y la monitora jefe, Josefina, un portento de mujer por lo bella y lo dominante que era, nos vino a pillar con las manos en la masa. Recuerdo su mirada dura, penetrante, mirándome fijamente, y su pregunta: “¿Y bien? Después de esto, ¿qué viene?”. Y mi respuesta (ay, esas respuestas que soy el primer sorprendido en escuchar): “Lo ideal: prenderle fuego y echarla a rodar, pero a falta de mechero…” Josefina descubrió que no podía fiarse de mí y yo… bueno, a mi me solía dar bastante igual que se confiara más o menos en mí.

El resultado: como castigo ejemplar fuimos separados de los de nuestro sexo, y nos asignaron dos literas en uno de los dormitorios de las chicas. Allí estábamos, cuatro tíos y 18 chicas. ¿Eso es un castigo? Al principio no nos lo parecía, pero aun habríamos de sufrir despojos, miserias y ataques por parte de nuestras compañeras de habitación, y que me ví en la obligación de enfrentar con toda la valentía, arrojo y, sobre todo, total falta de escrúpulos que, ay, tanto se echa de menos ahora que los años van pasando tan rápidamente como bajaba aquella rueda, por la pendiente serrana.

4 comentarios:

SIE dijo...

Recuerdo cuando me contaste lo de la rueda, y también lo del mechero-respuesta, incluso que te castigaron separándote... pero no sé, algo me dice que ahí en esos episodios de "crueldad contra el género femenino" escatimaste detalles que contarme, vamos, que me secuestraste información.

¿Era el Caruana?

Rufus T. Firefly dijo...

Previa consulta, a tí misma como fuente de la pregunta, te contesto que... no lo sé, realmente no sé si era el Caruana. Solo sé que era grande, olía mal... y hasta aquí puedo leer si pretendo mantener el misterio hasta el último capítulo. Aquí viene bien una risa de malvado tradicional, tipo 1: "Mmmmmuaaah-jah-jah-jah"

Anónimo dijo...

Quizás, a quien no te conozca, pueda sorprender que, tras esa carita angelical y personalidad discreta, pueda esconderse una historia tal...pero a los demás no nos engañas;P especialmente a aquellos que hemos escuchado aventuras peores de tus años de niño ..eh..rebelde?

Rufus T. Firefly dijo...

You know...: Es que yo engaño mucho, incluso ahora. Lo que sucede es que lo disimulo mil veces mejor que entonces jejejeje