miércoles, abril 25, 2007

Frases lapidarias (II)


Como algunos ya van averiguando, más que menos, tengo cierta relación con el mundo del Derecho. Si bien debería ser más profunda e íntima, nos avenimos como un matrimonio británico después de las bodas de oro: nos soportamos mutuamente, esperando que en algún momento resurja la chispa. Sin embargo, no puedo evitar que en mi alma de pequeño jurista en ciernes (a estas edades ser algo en ciernes ya tiene delito, nunca mejor dicho) caigan como autenticas patadas en la boca algunos comentarios que escucho en televisión. En este caso he escogido un típico ejemplo que ilustra mi máxima filosófica: no te fíes de aquella gente que se siguen considerando humanos solo porque nacieron tales. Que la humanidad, como la bondad y la inteligencia, un señor como yo la presume hasta que se demuestre lo contrario (la tercera es la que antes suele caer, porque el sabio debe demostrar cada día sus conocimientos para seguir siéndolo, pero al bobo le bastan dos palabras para serlo toda su vida: lo que demuestra que aquí, como en todo, es mucho más cómodo a la par que lucrativo dejarse llevar por la ignorancia).

Estaba yo aquí, sin nada que me hiciera suponer la que se me venía encima, y de repente escucho algo en la televisión de la sala de estar. Tengo dicho en casa que pongan cualquier cosa menos “el tomate”, porque incluso de lejos pone en peligro la salud mental de cualquiera, y sobre todo porque luego me lamento de estar al tanto de todo menos de lo que realmente importa. Porque digo yo: a mi que más me da con quien se líe la famosilla de turno. ¿Se ha liado conmigo? Es obvio que no: de lo contrario no estaría aquí contándoos penalidades sino en la máquina de la verdad, respondiendo preguntas acerca de mis poco aprovechadas cualidades pélvicas. De repente escucho que hay un lío montado acerca de no sé qué asunto y, como colofón, se escucha la voz de Aída Nizar, ese engendro de la naturaleza capaz de tirar por los suelos el lenguaje, en su contenido y en su continente. Le pregunta la… no sé bien cómo denominarla: reportera, periodista, paparazzi… Son palabras algo fuertes: mejor alimaña. En fin, le pregunta a la señorita Nizar si cree que otra famosa le va a demandar y ella responde ufanamente: “No, esta señora a quien debe demandar es a sí misma”.

¡Ole, ole y ole! Estudiante de Derecho tenía que ser, me la imagino yo: debía ser de esas que entraban a la biblioteca con tacones de madera, cotocló cotocló, melena al viento y los radares puestos a la caza de víctimas. Despellejando a sus mejores amigas, dando por sentado que son lo más guay del mundo y que si Dios realmente se engendrara en un ser humano adoptaría su forma porque son el summum de la especie humana. Lo cual es cierto, porque pasarse la vida pensando en sexo y dinero debe augurar un futuro venturoso (“¡Dos futuros venturosos!”). Pero al fin un instante de lucidez: ¡la monodemanda autogestionable! Adquiera el pack en cualquier farmacia, gasolinera o puesto de cacahuetes: incluye abogado hinchable, billetes de mentirijuelas para autopagarse incluso las costas del proceso y, no podíamos olvidarnos de ese detalle, quince pañuelos de seda y una bolsa de confeti. ¡¡Viva en sus propias chichas, por fin, la alegría y el disgusto al mismo tiempo de haber ganado, a la vez que perdido, la demanda contra la persona que mejor conoce!! Si llama ahora mismo conseguirá de regalo un pase VIP para un centro psiquiátrico de su elección. Llame ahora y al colgar no se pille las manos con el teléfono: tratándose de un cliente como usted no nos tranquiliza el hecho de que sea inalámbrico.

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